400 Días y 205 Noches

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Hace un tiempo, sentado incómodamente en el sofá, mirando de reojo a quien cada día cuidaba incansablemente de mí, veía en la televisión noticias sobre el Día Mundial del Cáncer, con ganas de saber y buscar una respuesta a un mar de dudas. Pasados ya 365 días, quien iba a decirme que me podría sentar frente a alguien y decirle mirándole a los ojos, que no estaba preparado para poder comenzar el camino y enseñarle todo lo que sabía. Más aún de una patología de la cual solo conocía su nombre. Después de colgar la llamada e ir a su casa, me senté junto a ella. Cómo decirle que, sin saberlo, me iba a rodear pasado un tiempo, de personas cuyo único objetivo era ayudar y enseñar lo que cada día vivían y sufrían, sin pedir nada a cambio…

Con el paso del tiempo, te das cuenta que ellos son así, que el tiempo les hacen cierto modo ser inmunes de ver tanto sufrimiento y dolor, de ver en su cotidianidad casos similares. Sus contestaciones son claras y concisas, parecen muy seguros de sí mismos y con claras intenciones de saber que pueden curar. Al pensarlo puede que te des cuenta de que tú eres y has sido lo mismo que ellos, actuando de la misma manera. Porque amas tu profesión y sabes cómo actuar. Pero a veces, esa seguridad puede ser incomprendida. Una respuesta corta y segura encierra un océano de sabiduría que sin duda ayuda al paciente.

Pasan los días y de repente la ves llorar. De forma sosegada. Sólo ella sabe interpretar hacia sus adentros, con esa mirada que refleja su sufrimiento que sólo ella puede entender, porque no quiere demostrar más dolor. En un momento caes en la cuenta de que es mejor que siga manifestando sus sentimientos, que grite, corra, o que incluso patalee. No eres nadie para impedírselo, ni qué derecho tengo de cambiar eso. Es más, aunque sea sólo por el sufrimiento que ha pasado a veces acompañada y muchas veces a solas, tiene el derecho enorme de sacar sus emociones. Ella sí que lo comprende, solo ella.

Es una sensación que solo el cuidador sabe discernir aunque no lo diga. Un cuidador que sufre en puro silencio cuando nadie le ve, que llora a escondidas en momentos íntimos, que no es comprendido por nadie y que solo él realmente sabe lo vivido en cada segundo. El cuidador puede incluso llegar a ser visto como culpable, de no querer avanzar a mejor. Es visto muchas veces por los demás como alguien triste, abatido y negativo, ¿cómo ocultar tanto dolor? Cuando hay amor, cariño y respeto, el sufrimiento por cuidar es soportable. Un día el cuidador fue cuidado por ella y a día de hoy le doy gracias por esa lucha y ese amor. Aunque, a veces con temor, el cuidador al regresar puede llegar a preguntarse quién cuidará de él un día… Lo único que desea es sentir un abrazo, una caricia, ese pelo enredado (de alguien que aún le queda por conocer) y mirándole a los ojos contar una historia de madre a hijo. La de un farmacéutico perdido que se convirtió en sanitario. Y la de un sanitario que conoció a personas con unas inmensas ganas de ayudar a cambio de felicidad y que con el paso del tiempo ha encontrado un camino gracias a todos ellos.

Repentinamente te mira a los ojos y te dice: “Ojalá llegue el día que la vida te pague todo lo que has hecho por mí. Dime que quieres que yo te lo daré. No eres consiente de lo que has hecho por mí”. En ese momento no sabes que contestarle, porque él sabe lo que sufrió, lo duro que fue, lo incomprendido que se vio. Hubo un día que se zambulló en un mar de personas que le rodeaban con seguridad y experiencia haciendo de ellos ángeles caídos del cielo. En un momento sabían lo que había que hacer y estaban seguros de poder hacer regresar una vida.

Todo puede llegar a pasar en nuestras vidas. Inesperadamente, salen brotes de felicidad. Es entonces cuando solo quieres transmitir esa felicidad. Puede que no tengas a quien llamar. Incluso puede que ella también se pregunte lo mismo, porque al final del camino estaban ellos dos apoyándose en la vida, por un lazo de un amor eterno. En pocos días se convirtió de repente en tu “hija”, en alguien que trataste con cariño, con tus propias manos y por la cuál aún sigues con miedo de recibir una llamada inesperada o tener que preguntar.

Resulta curioso que en medio de ese camino pude ayudar o responder a preguntas. Preguntas expuestas por alguien que también era hijo con una madre postrada y que no sabía qué tenia y que esa noche se había quedado roto de amor, algo que ya era cercano a mí.

Hay algo que me queda claro. Hay sanitarios que se merecen el cielo y los hay que trabajan en un mar lleno de peces, a lo cuales con darles cariño o tener un simple gesto al ayudarles, les damos en cierto modo la vida.

Dicen que existía un barco. Un barco anclado en su puerto en calma, aunque ese no era su cometido. Se creó precisamente para zarpar rumbo a lo desconocido. Por algún motivo nacimos y hoy supe cuál era mi cometido. Ser un sanitario cuidador, de alguien que sufrió y lloró, que ahora quiere ayudar dando felicidad cada día y que solo espera verle a los ojos…

“Y te pido por favor que a partir de ahora te cuides tú ….”

Autor: Ishoo Budhrani

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