Después de ti ¿quién cuidará de mi? De farmacéutico a sanitario cuidador

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Llueve de forma intermitente, sin previo aviso, como siempre. Es un día gris y silencioso, probablemente sea debido al cambio de hora. La llamo para darle los buenos días. Ella me pide que siga durmiendo y descansando. Sólo ella sabe lo que he vivido, aunque efectivamente algunas cosas las he obviado de contar. No para de enviarme fotos de su almuerzo del día anterior. Yo le digo lo guapa que está y me responde diciéndome que el mérito es mío.

Al llegar hasta este punto, me doy cuenta de que ella ha ido rejuveneciendo y yo siento que estoy envejeciendo. Me enfermo con una facilidad que antes no experimentaba. Siento que estoy quedándome solo. Es una soledad que me resulta complicada. Las amistades han ido cogiendo cada cual su camino. Algunos no entendieron todos estos años, percibiendo la soledad sin un abrazo cercano o sin la compañía de una pareja.

Todo esto creo que es el resultado de que sólo quise cuidarla a ella durante su proceso. Quizás por eso ahora tengo esa sensación de soledad que me acompaña y enfermo con tanta facilidad. ¿Será por el trabajo? Probablemente no. Estoy viviendo una época ilusionante. ¿Será por una situación económica? Tampoco. Todos alguna vez en nuestra vida hemos mal llevado esta situación. ¿Será por haber estando cuidando directamente a un paciente oncológico?…

Sin darme cuenta, me percato ahora de ese deterioro. Fueron muchos meses. Casi dos años al pie de la situación procurando que no le ocurriera nada. Un tiempo en el cual yo no podía permitirme enfermar, para poder estar junto ella. Y ahora cuando ella está bien, tengo miedo de la vida. Pienso que aunque ella ahora esté curada y con sus controles médicos, le tengo mucho respeto a las pruebas venideras.

Ella vive inquieta y sin parar. Me vienen ahora al recuerdo los momentos en los que ella no podía caminar, ni mediar palabra. Recuerdo aquellos días de Navidad de hace casi dos años, donde nada era como ahora. Recuerdo aquella expresión de “…Eso nada campeón, un corta y pega y para casa, es lo que sospechábamos”. Así fue como lo supe, pero ni lo entendía, ni sabía lo qué era.

Soy sanitario. Eso me considero a día de hoy. Debo saber comunicar las noticias, ofrecer una información que, si se recibe de forma sorprendente y inesperada, puede llegar a romper una vida y es por ello que es importante el cómo decirlo. No todo el mundo puede llegar a saber, en un momento determinado de la vida, lo que significa comunicar algo desde el rol hija/o o madre/padre o hermana/hermano o desde el rol de un sanitario. Si éste además de ser sanitario es el hijo, puedes quedarte en blanco y no saber qué decir. En ese momento tuve miedo a pensar si todos los profesionales experimentaban lo mismo. Creí que ese es el error que muchos de nosotros cometemos en nuestra vida diaria. Para mí todo era mucho más importante, casi que la vida misma.

El paso de los días mi hizo ver que existen grandes médicos con amor por su trabajo y con unas inmensas ganas de salvar y ayudar al paciente y a su familiar. Tuve la suerte de encontrar un equipo que un día de fin de año hizo lo posible por salvar vidas y que todo su trabajo mitigaba ese daño. Aún al recordarlo, me hace temblar. Meses después, conocí a personas que cada día me hacían sentir más aliviado pensando que estaba en las mejores manos. Entendía que todo pasaba por alguna razón, aunque al llegar a casa la soledad y las lágrimas brotasen. Una soledad y un carácter que, hasta a quien le diste todo, nunca comprendió la situación y me dejó. Se fue alejando de mi vida, aunque vivía con la esperanza de que algún día me diera un abrazo que nunca llegó.

Vivir y caminar tantas horas por una planta oncológica me hizo pensar y recapacitar. Me hace sentir, como a tantos profesionales sanitarios que se desviven por sacar una sonrisa a un paciente, de que damos más de lo que podemos dar paradójicamente en nuestras vidas personales. Puede que esos momentos me hayan hecho caer en la cuenta de que he podido recibir una lección de vida. Un profesional es un profesional por encima de todo y lo más importante es el paciente. Existen médicos, enfermeras y auxiliares que consiguen que un paciente oncológico no piense que tiene cáncer, sino que un día saldrán de esa habitación y volverán a sonreir. Gracias a ellos y a que la vida me ha dado la oportunidad de ser sanitario, trato de ayudar, enseñar lo aprendido y sobre todo buscar la sonrisa. Una sonrisa que puede que no tenga en mi soledad de cuidador pero que podemos llevar fuera de ella.

Cuidar, cuidar como toda madre cuida de su hijo, sufre y pernocta por él. Llega un momento en el cuál se cambian las tornas y el hijo se convierte en cuidador de su madre. Le da todo y más. Llega a desmoronarse y a levantarse sólo pensando que si el se va quién va a cuidar de ella. Pedir con un “por favor” las cosas tiene muchos significados, pero cuando eres el cuidador significa mucho más. Querer comprender lo vivido puede que no tenga explicación. Aunque en ese momento lo es todo. Las lagrimas derramadas tienen el mayor de los significados.

Un cuidador puede llegar a sentirse incomprendido. No es lo mismo vivirlo que contarlo. En ese camino es cuando personas ajenas a mi vida se acercan a mi debido a mi inquietud. Abres las Redes Sociales para buscar ayuda. Buscas respuestas en sanitarios que igual podrías conocer en persona. Puede que hables con ellos tras la pantalla de un ordenador o un móvil. Se produce el momento mágico en el que oír su voz o incluso de verla en persona te conduce hacia la mejor guía imaginable.

Ello me ha dado la oportunidad de que hayan habido momentos que he cambiado el rol de pasar a ser cuidador a dar consejos a un futuro cuidador o a un paciente. Momentos que se hacen impredisibles en la vida. Hijos con madres que se ven perdidos en los pasillos de un hospital, en una noche incierta en la cual acaban de ser abandonados por su pareja y cuya madre no sabe que diagnostico tendrá. Les ves desolados. Intentas acercarte y ayudarle como puedes. Hay pacientes oncológicos que se han convertido en expertos de su propia patología y aún así me piden una opinión. No soy yo un experto. Sólo he sido un hijo que luchó por lo creía que tenía que hacer. El día a día detrás de un mostrador me ayuda a ver que lo vivido lo puedo transmitir a un paciente oncológico.

Es cierto, le tengo miedo a la vida, una vida que es única. Vivo en un constante respeto al hecho de enfermar. Antes vivía sin preocupaciones y sin pensar en que el cuerpo puede deteriorarse. Ahora y después de lo visto, ya no floto en el aire sino que tengo pánico a estar mal. Por ella pienso que debo recuperarme y por mi pienso que quiero y deseo seguir adelante.

Puede que todas estas sensaciones sean naturales en un cuidador, que ha pedido perdón, ha suplicado y sobretodo ha querido saber para poder ofrecer más vida. ¿Es este el precio a pagar? Esta soledad incomprendida y ese cariño real que sólo ella sabe darte. Sé que algún día se irá como nos iremos todos. Y yo ¿qué siento? Es una sensación que hay en mi, que no me deja respirar aire nuevo, ni ver detenidamente el cielo azul. Es el miedo a la muerte, un miedo nacido después de lo vivido.

El miedo y el sentido de la responsabilidad son complicados de gestionar. Cuando a ellos se les une la soledad es más difícil aún, especialmente cuando vives con el miedo del cuidador en el cuerpo. Un miedo por lo vivido, por lo sufrido y por lo que pueda venir.

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