La palabra cáncer es una de esas palabras a las que ya estamos acostumbrados a oír diariamente.
Lo ha padecido un familiar, un amigo, un conocido, hasta tú mismo has podido vivir esta enfermedad.
Está introducido en nuestra sociedad. Yo lo veo porque hasta nuestros hijos pequeños ya saben y son conscientes de lo que es el cáncer, a su manera, pero lo conocen.
Es algo que no nos extraña. Pero no deja de ser una de esas palabras que te desgarran el corazón cuando afectan a alguien que te importa o cuando un paciente viene al mostrador de nuestra farmacia y nos cuenta su diagnóstico. O cuando un cuidador nos habla de la persona que está a su lado y lo padece.
Como sanitaria, siempre he estado “acostumbrada” a ver a personas que lo padecen. Algunas personas lo llevan con una entereza asombrosa, otras con gran tristeza, otras se enfadan con el mundo. Y aquí no hablamos de cáncer, hablamos de “enfermos de cáncer”. Porque es una enfermedad que afecta al cuerpo, a la mente y al alma. Porque somos diferentes y únicos y la enfermedad es única y diferente en cada persona. Y para las personas que están a su lado, también. No todos somos iguales y saber que la persona que está a tu lado está enferma puede provocar frustración, impotencia y sensación de no poder estar a la altura de las circunstancias. Es un camino difícil, que tienes que afrontar como enfermo o como cuidador. Y para eso estamos los sanitarios, para ayudar y hacer ese camino más fácil a ambos.
Yo puedo contar mi experiencia como sanitaria con el cáncer y como hija de un padre que murió de cáncer. Mi padre padeció cáncer de próstata del que salió muy airoso y posteriormente otro que le afectó a la vejiga. El segundo, fue tratado, pero al tiempo se reprodujo de manera masiva y desde que obtuvo su diagnostico definitivo hasta que falleció, transcurrió un mes exacto. Recuerdo aquel día como si fuera ayer y ya van a hacer nueve años de aquello. Cuando lo supe fue como si se instalara en mi estómago un peso, que no se liberó en mucho tiempo. Ese día lloré mucho. No podía creer que mi padre estuviese tan gravemente enfermo. Sobre todo recuerdo la sensaciones que tuve cuando lo supe: desolación, rabia y tristeza. Rabia, mucha rabia. Hay que gestionarla y es duro. Y ahí es donde hay que estar como sanitarios que somos los farmacéuticos: no sólo en la ayuda en el tratamiento, sino en esa desolación, compartir nuestra experiencia con ellos, intentar calmar esa rabia, pero siendo empáticos, y dar consuelo. Consolar desde la experiencia y siendo lo más humanos posible.
En momentos así, es curioso, porque el cuidador y el enfermo en pocos minutos piensan en muchas cosas: en la persona que lo sufre, en cómo va a ser el proceso del tratamiento, en la esperanza de que puede ser curado, en sí mismo también por cómo vas a llevar la enfermedad como cuidador. Dentro de todo ese cúmulo de emociones, en mi caso, yo me di cuenta de que tenía que encontrar fuerza de donde fuese y desarrollar una faceta de actriz que no sabía que tenía ante mi padre: el enfermo necesita ayuda, necesita que le transmitamos seguridad en los momentos en los que se sienta bien, tener empatía en los momentos en los que se sienta mal y estar a su servicio. Y aquí estamos, en este punto como sanitarios: al servicio del enfermo y del cuidador, de ambos. Porque es un servicio que prestamos y debemos prestar. Porque velamos por la salud de nuestros pacientes y de los que los cuidan.
Y es ahí donde (no sólo en cuanto al tratamiento de enfermos) debemos profundizar: en esa realidad que llega a una persona enferma sin comerlo ni beberlo y que es difícil de gestionar. Llora, pero quiere ser fuerte. Lo asume, pero a la vez es como si no se cree que le pueda pasar a él o ella. Vivir una realidad para la que nunca creo que estamos preparados, sobre todo en los casos en los que llega en una edad en la que no la esperas. La muerte forma parte de nuestra vida, pero no es fácil de asumir.
Yo como farmacéutica veo el cáncer desde dos puntos de vista: el primero, de la enfermedad en sí misma y el segundo, el tratamiento y cuidados paliativos. En el segundo punto es donde vamos a actuar sobre todo como expertos del medicamento en el paciente.
La enfermedad en sí, de manera digamos que objetiva, se valora desde su origen, estadío del momento presente y perspectivas de evolución y, por supuesto, de tratamiento curativo y en su caso, paliativo. Esto es lo que los médicos y enfermeras realizan de una manera excepcional, teniendo en cuenta al paciente, como centro de la estrategia curativa. Y por supuesto, el apoyo a sus familiares, claves en el curso de la enfermedad y del tratamiento que se va a llevar a cabo.
Nosotros como farmacéuticos debemos prestar nuestros conocimientos en cuanto que somos expertos del medicamento en el paciente y por otro lado, ayudar a las personas en ese camino del cuidado.
Aquí creo que debería ser más estrecha la relación médico-enfermero-farmacéutico. Este vínculo para mí debería ser mucho más estrecho y fuerte, para hacer la vida del paciente y cuidador mucho más fácil y más cómoda. No dudemos de la eficacia de esta unión, nunca.
Y por último, como sanitaria, hija de un paciente y cuidadora también, siempre se tendrá en el recuerdo aquellas personas que fueron parte del proceso. Así que esforcémonos en que en el túnel de la enfermedad siempre haya luz, a pesar del final que pueda tener.
María Gironés Navarlaz (Farmacéutica Titular de Farmacia Gironés)