Acepta para poder seguir caminando

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Nunca olvidaré esa tarde. Esa tarde del dos de enero, del año 2017. Tocaba revisión. Una cita, a la que acudía rigurosamente desde hacía ya casi siete años, cuando en julio del año 2010, me habían diagnosticado un cáncer de mama. Aquella tarde, me acompañaba mi marido y mi pequeña Daniela, de tan sólo dos años y medio. Sentada, con sus pies colgando de una silla que le venía grande, ojeaba una revista médica y me iba contando un cuento, concentrada en las imágenes, y con su graciosa lengua de trapo.

-¿Entro contigo? -me preguntó mi marido.

-No mi vida, no es necesario. Además, quiero consultarle un tema, y prefiero estar sola. Le respondí mirando a mi pequeña.

Me habían hecho la mamografía y la ecografía tan sólo unos días antes de Navidad, y el doctor me había “ chivado”, que todo estaba perfecto. No había razón para que me acompañara, y además, quería hablar a solas con el doctor. Desde hacía un tiempo, en nuestras conversaciones se barajaba la posibilidad de volver a ser padres, y aquella tarde quería compartir esa ilusión con mi oncólogo. En la última revisión de apenas seis meses atrás, me había insinuado que , de seguir con esos resultados tan positivos, quizás me retiraría la medicación que venía tomando los últimos años. Si esa tarde, decidía que ya no era necesaria, mi sueño de ser mami de nuevo, se podía convertir en una realidad.

Pero mi vida, cambió para siempre aquella tarde. Dos preguntas. Tan sólo fueron necesarias dos preguntas. Dos preguntas que iban a romper en mil pedazos ese sueño. Dos preguntas que nunca olvidaré.

-“Maribel, ¿te encuentras bien?

-“Maribel, ¿Te duele algo?

Dos preguntas y una mirada. Su mirada. Porque los enfermos de cáncer entendemos de miradas. Y su mirada me decía ,que algo no estaba funcionando. Su mirada me confesó que el cáncer, seguramente, había vuelto.

-“Me encuentro muy bien, doctor. No me duele nada. -¿Por qué?”-le pregunté

Pero yo, ya sabía la respuesta. Me senté despacio. Como si no quisiera hacerlo. Como si mi cuerpo se revelara a escuchar las palabras que vinieron a continuación.

-“Hay unos valores alterados y los marcadores están subiendo. He de hacerte nuevas pruebas. Pero no te preocupes”-me intentó tranquilizar. “Has estado con fiebre estos últimos días, y a veces los valores se alteran por ese motivo”.

Pero su mirada no me estaba diciendo lo mismo. Su mirada me decía que ya nada iba a ser igual.

Todo sucedió en un par de semanas. Nueva analítica. Un PET TAC. No había tiempo que perder. Si el cáncer había vuelto había que actuar sin dilación

Jueves, 26 de enero del 2017,13 horas.

-“El doctor va con un poquito de retraso” me informó la enfermera.

-“No te preocupes, la miré con una media sonrisa, mientras intentaba concentrarme en un libro que me había recomendado una buena amiga.

La puerta de la consulta se abrió. El doctor me miró y me hizo una señal para que pasara. Miré a mi marido. Me cogió de la mano y entramos en el despacho, mientras yo llevaba en brazos a mi pequeña Daniela.

-“Hay células cancerígenas” me dijo seriamente, mientras me invitaba a ver unas imágenes en la pantalla del ordenador. Me señaló la columna y la cadera. Manchas de un color negro profundo parecían pintar mis huesos.

-“Pero, si yo tenía cáncer en el pecho. ¡Eso son los huesos!”. No entendía nada.

-“Es el mismo cáncer Maribel.Hay metástasis óseas.”

-“¿El mismo cáncer ¿En los huesos?. No entendía nada. Me explicó que, seguramente, en la primera cirugía del año 2010, unas células habían logrado escapar y pasar a la sangre. Y después de casi siete años, ahora se habían despertado

-“¿Metástasis? No, no. Eso es imposible. Yo me encuentro muy bien.Verdad, cariño, ¿díselo? y miré a mi marido intentando negar lo que allí estaba pasando. Sentado a mi izquierda, me cogía fuertemente de la mano.

-“Doctor, y cómo lo podemos curar? Operamos, quimioterapia, radioterapia…” le preguntó, intentando que su voz no temblara.

-“No hay cura. Hay metástasis óseas. Vamos a ponerle un tratamiento hormonal y vamos a ir viendo cómo reacciona”.

Me desconecté. No podía seguir escuchando. No soy médico, ni psicóloga, pero supongo que mi mente no podía aceptar lo que estaba ocurriendo en aquella consulta. Empecé a observar la escena desde fuera. Siempre explico lo mismo. ¿Sabéis esas películas en las que están intentando reanimar al protagonista, en la sala de un quirófano, y él mira desde arriba la escena como si aquello no fuera con él? Pues así me sentí yo. Eso que estaba pasando aquél día, no iba conmigo. Mi mente, sencillamente, no quería saber nada. Sentía que me estaba empezando a morir. Mi mundo se paralizó. Mi mente se desconectó. Se desconectó de aquella dura realidad. Hasta que sentí su mirada. La mirada de mi hija. Sentada en mi regazo, giró su carita, levantó sus ojos y me miró. Y de nuevo una mirada me volvió a hablar. Su mirada me agarró con fuerza. Sus pequeños ojos me miraron, y me hicieron volver a la realidad de esa consulta. Su mirada me devolvió a la vida.

-“¿Cuánto tiempo me queda?”-pregunté

-“Eso no lo puedo saber, Maribel. No soy Dios” me contestó cariñosamente. “El pronóstico es de dos a cinco años. Son estadísticas. Pero seguramente no llegarás a una edad muy adulta.”

Empecé a llorar. Me acercó unos pañuelos de papel.

Me sequé las lágrimas y le miré desafiante.

-“¿Y Daniela?”- Abracé con fuerza a mi hija. “Sólo tiene dos años y medio. ¿Cómo me puedes estar diciendo esto?” le solté con rabia.

Fue entonces cuando mi oncólogo pronunció “la frase”. La frase que hizo que yo tuviera un motivo para seguir. Un motivo para volverme a subirme a mi tren. Al tren de la vida.

-“Vamos a intentar que veas crecer a Daniela”-me dijo mirándome fijamente a los ojos.

-“Vale” le contesté. Eso sí que lo acepto, sentencié.

Recuerdo pasar aquella tarde intentando animar a mi familia.

-“¿Yo no me voy a morir, eh?no paraba de decirles.

A la mañana siguiente, cuando me quedé sola me rompí.

-“¿Por qué?” no paraba de preguntarme.“No es justo, no me lo merezco”.

No paraba de llorar. Mi alma se estaba rompiendo. Entonces me acerqué a la cama y la vi. Vi a mi hija. A mi pequeña Daniela. Dormía plácidamente, feliz, ajena a todo mi dolor. Paré de llorar.

-“Ella te necesita. Has de seguir, Maribel, parecía hablarme mi propia conciencia.

Fui al lavabo. Me miré al espejo. Mis ojos estaban hinchados, y mi rostro parecía haber envejecido diez años en tan sólo unas pocas horas.

“Ya está, Maribel, ya está”

Me lavé la cara y al salir de ese cuarto de baño, decidí mirar al cáncer a los ojos. Decidí que tenía que seguir mi viaje. El cáncer había vuelto a mi vida, y debía de aceptarlo. Si no lo hacía, empezaría a morir desde ese momento, y yo, quería vivir. Yo, quería seguir corriendo tras mis sueños.

Así que, si el cáncer vuelve a tu vida, acéptalo. Nunca te diré que es fácil. No diré jamás que no te hundas. No te voy a decir que seas fuerte, porque estoy segura que ya lo eres. Bájate del tren de la vida. Grita, llora, rómpete, pero después levántate. Levántate y sécate las lágrimas. Súbete de nuevo a tu tren. Libera tus sueños del cajón de los olvidos. Acéptalo. Porque sólo aceptándolo, podrás seguir caminando.

Maribel Granados
@mepidolavida

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