DEL TRAUMA A LA FELICIDAD

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DEL TRAUMA A LA FELICIDAD

Imagina que te puedas encontrar ante estas dos situaciones. Estás en la cárcel, pero al día siguiente estarás en casa cenando con tus amigos y tu familia. O bien, estás cenando en casa con tus amigos y tu familia, pero al día siguiente entrarás en la cárcel. ¿Cuál de las dos situaciones elegirías?

La primera, claro. Pues bien, nuestra mente tiende a ponernos mentalmente en la primera situación. Existe un sesgo mental por el que tendemos a plantearnos que nuestro futuro será mejor que el pasado. Es el sesgo optimista. Además, tendemos a pensar que la probabilidad de que nos pasen cosas malas es menor que a otras personas. Es decir, sabemos que algunas cosas malas existen (el cáncer, los accidentes de tráfico, etc), pero creemos que la posibilidad de que nos sucedan esas cosas es mayor para otras personas que para nosotros. Esto es lo que se conoce como ilusión de invulnerabilidad.

Varki y Brower creen que existe en nosotros cierta capacidad para “negar la realidad”. Eso permitió al ser humano saltar la barrera evolutiva psicológica que suponía ser conscientes de la propia muerte, es decir, de que somos frágiles y nuestra vida es finita. En su libro, “Negación: autoengaño, creencias falsas y los orígenes de la mente humana” explican que ambas capacidades, negar la realidad y la teoría de la mente se deben complementar para reducir los niveles de ansiedad. Cuanto más realistas somos, mayor es el nivel de angustia y también de depresión.

Es frecuente que ante una situación traumática se diluya la ilusión de invulnerabilidad, al menos ante un determinado tipo de suceso. Sería lógico porque si nos ha pasado algo malo, deberíamos dejar de ser “ciegos”. Ahora, tendríamos que saber que las cosas malas existen y nos afectan del mismo modo que a los demás. Sin embargo, esto puede elevar los niveles de ansiedad de manera considerable. Por ese motivo, de forma natural, un porcentaje muy alto de personas hacen ajustes en su manera de percibir el mundo para reducir la angustia.

Ante la vivencia de un evento negativo hay dos estrategias de adaptación. A corto plazo nos activamos o estresamos. El estado de alerta se hace protagonista. Pero a largo plazo, nuestra mente comienza a hacer cambios en tres ámbitos; la manera en que nos vemos a nosotros mismos, cómo percibimos el mundo y, finalmente sobre las expectativas que tenemos para el futuro. Estos tres cambios están asociados al crecimiento personal que se observa en el 85 % de los pacientes que han tenido cáncer. Así, muchos pacientes no sólo reducen su angustia, sino que además, viven de forma más plena y satisfactoria que antes de ser diagnosticados de cáncer. Analicemos esos cambios.

El primer cambio tiene relación con la forma en que se ven a sí mismos. Se perciben más fuertes de lo que pensaban. También se ven como más “sabios” que la mayoría de las personas. Cuando los pacientes reciben el diagnóstico tienen muchas dudas sobre su capacidad para soportar, desde un punto de vista emocional, todo lo que les espera. Sin embargo, pasan los meses y observan que se han adaptado mejor de lo que esperaban. Esto hace que se perciban como más fuertes de lo que creían. En realidad, todos nos adaptamos mejor de lo que pensamos a situaciones duras porque, al final, el día a día se impone. El motivo es que el ser humano no decide cómo se siente; alegre, triste o enfadado. A nuestro alrededor pasan cosas y nuestro cuerpo reacciona para adaptarse emocionalmente. Es suficiente con salir de casa y dejar que sucedan cosas para que nuestras emociones cambien, el tiempo pase y la tristeza o la ansiedad se diluyan con el quehacer diario. El entorno puede cambiar simplemente con los tratamientos diarios. Suceden cosas en esos contextos y las emociones cambian. Pasa el tiempo y les sorprende ver que están mejor de lo que esperaban y utilizarán esta realidad para pensar que son más fuertes que lo que creían Por otro lado, se ven más sabios. Ahora “saben” que “muchas personas se preocupan por tonterías”. Ahora entienden “qué es lo realmente importante en la vida” y empiezan a disfrutar de cosas que antes les pasaban desapercibidas. Mejora, por tanto, la forma en que se ven a sí mismos y eso siempre tiene efectos positivos.

Ocurre otro cambio que tiene relación con la manera en que ven a las demás personas. Se suprime el contacto con algunas personas que no aportan nada positivo o nos han defraudado. Pero, sobre todo, mejora la imagen que se tiene del ser humano. La razón principal es que se produce un “despertar al amor” porque pueden comprobar que lo que mejor nos hace sentir es el cariño y las muestras de generosidad de algunas personas con las que nos cruzamos. Pueden vivir en ellos mismos los efectos de la compasión que otros les muestran. En este sentido, los sanitarios ocupan un lugar principal. Los pacientes se encuentran con algunas personas que son “especiales”, diferentes al resto de sanitarios y recordarán por mucho tiempo cómo les hicieron sentir. Es frecuente que los pacientes tiendan a ser más generosos, más amables, más compasivos con los demás. Quieren sentir en primera persona ese sentimiento que es la mayor fuente de felicidad. La importancia de este descubrimiento fue descrita con cierta vehemencia por el filósofo, paleontólogo y sacerdote Pierre Teilhard de Chardin cuando afirmaba que “llegará el día en que después de aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la gravedad; aprovecharemos la energía del amor. Y ese día, por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego».

Y, finalmente, los pacientes perciben que el futuro que tienen por delante es halagüeño. Esto ocurre porque ahora ya saben que las cosas malas existen y que es posible que vuelvan malos momentos. Pero ellos ahora son diferentes. “Llegarán malos momentos, pero si una vez pude con ellos, podré superarlos de nuevo”.
En resumen, al final del camino desde el trauma a la felicidad se produce un crecimiento personal. El paisaje es el mismo, pero cambia la mirada del caminante. En palabras de Marcel Proust, “aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia”.

BASILIO LÓPEZ

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