Mi profesión: mi pasión, mi calvario

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Arrepentimiento, es lo que he sentido cuando mis dedos han tocado el teclado del ordenador, ¿por qué no decidí abordar el cáncer desde un punto de vista profesional?, me hubiera resultado mucho más fácil que desde el punto de vista personal. Sólo llevo 42 palabras escritas y no sé cómo seguir… Me llamo Raquel, soy Farmacéutica y ahora que lo pienso llevo casi la mitad de mi vida siendo sanitaria. Mi pasión es la botica, como a mí me gusta llamarla y compagino esta actividad con la docencia, imparto sesiones formativas sobre temas sanitarios y especialmente sobre la importancia y la necesidad de la donación de sangre, de médula ósea y de órganos.

¿Sabes eso que dicen que la vida te cambia en un segundo?… 3 de Marzo de 2016, mi día empezó como cualquier otro. El sonido del despertador me sacó de un sueño reparador, lo paré, salí de la cama y después de asearme me dirigí a la cocina, mi estómago pedía a voces tostadas y café humeante. Estaba preparando la cafetera cuando me di cuenta que había dejado el móvil en mi habitación. La cobertura en mi casa brilla por su ausencia y aún más en mi dormitorio. Fui a buscarlo. Cuando regresé a la cocina lo puse encima del microondas y de repente empezaron a llegar un sinfín de avisos de llamadas perdidas y mensajes de texto.

Mucho sonar para ser tan temprano, me dije. Lo cogí y vi que era mi madre. Mi sexto sentido me hizo alarmarme, tanta insistencia en localizarme y tan temprano…, marqué su número para devolverle la llamada: “ Mamá, buenos días, ¿me has llamado?, tenía el móvil en la habitación y ya sabes cómo es la cobertura en mi casa ”. Mi madre me respondió: “ Kely ( así me llamaba ella), acabo de salir de la médica de cabecera, me ha hecho una radiografía, por la molestia que tengo en el costado y cuando ha visto el resultado me ha dicho que me vaya inmediatamente para el hospital. Me ha dado hasta un volante para entregarlo allí “. “¿Te ha dado la radiografía?», le pregunté. “Si”, respondió. “Pues vente para mi casa y hablamos”.

Cuando mi madre me enseñó la placa de tórax, mi corazón dejó de latir. Justo en ese momento, dejé de ser la hija y ella dejó de ser la madre, nuestros papeles se intercambiaron. Tras demasiadas horas en la sala de espera del servicio de urgencias del hospital, salimos con un diagnóstico de neumonía, su correspondiente medicación y una cita con el especialista, para un mes más tarde. Durante toda la enfermedad de mi madre, he tenido dos voces que me hablaban. Una de esas voces llevaba puesta una bata blanca, la Raquel sanitaria, la otra voz iba de paisano, la Raquel hija. Cuando salimos del hospital la voz de la sanitaria me gritaba tan alto que casi me deja sorda, necesita una resonancia, necesita que le hagan una resonancia. A la mañana siguiente, para callar a esa voz que no me dejó pegar ojo fuimos a otro hospital. Otra vez a esperar. La doctora nos informó que el resultado de la resonancia no era determinante y no podía emitir un diagnóstico, había que hacer más pruebas y para ello prepararía el ingreso en una habitación de planta. Salimos de la consulta sin hablar, no puedo decirte dónde dejé a mi madre, lo único que recuerdo es la sensación de miedo, miedo a no saber. Volví a la consulta, sola y le dije a la doctora: “déjame ver la resonancia, soy sanitaria”, no olvidaré sus palabras: “ menos mal, porque no sabía cómo contarte lo mal que está tu madre”. Mi miedo siguió a mi lado, era cáncer sí, ¿pero qué tipo de cáncer?, necesitaba saber el nombre y apellido de la enfermedad, porque sólo así sabría cómo combatirla. Dicen que una madre, es la persona que mejor te conoce. Fue en nuestro último café a solas, en una cafetería, hasta con un dulcecito que acompañó el café cuando me dijo: “quiero que sepas una cosa, decidas lo que decidas, nunca te vas a equivocar, porque lo harás pensando que es lo mejor para mí”. Pues sí, mi madre me conocía. Tras unos días interminables de pruebas y un desfilar incesante de médicos de diferentes especialidades, llegó el veredicto, Linfoma no Hodking , estadio IV. Ya tenía el diagnóstico, podía empezar el tratamiento.

Pero, ahí seguía, el miedo, ese que me paralizaba, que me dejaba sin habla, que desgarraba mi alma, ese que no me dejaba dormir. Ahora que sabía el nombre y el apellido de la enfermedad para poder combatirla ¿Por qué seguía teniendo miedo, por qué no se iba?. No se fue porque cuando llevas puesta una bata blanca, si de algo sabes es de enfermedades, de fármacos y de sus efectos secundarios. No se fue por todo el conocimiento que tengo al respecto. El saber se convirtió en mi peor enemigo.

Gracias a mi profesión, tuve la inmensa suerte de no tener que separarme de mi madre durante los nueve meses que duró la enfermedad, a excepción de las visitas al quirófano. Gracias a mi profesión estuve presente en todas las pruebas, en todas nuestras noches en observación, gracias a mi profesión conseguí minimizar la gravedad de la enfermedad y del tratamiento anticipándome en todo lo que pude, evité las visitas en casa de los compañeros de enfermería, tenía en mi móvil el teléfono de su oncólogo, el de la enfermera de planta, etc. Gracias a mi profesión, presencié situaciones que una hija nunca debería presenciar, estuve en conversaciones del equipo multidisciplinar que la trataba en las que una hija nunca debería estar, tomé decisiones sobre su medicación que una hija nunca debería tomar, gracias a mi profesión tuve conocimiento, porque no es lo mismo que el oncólogo te diga: “tu madre está grave”, a que te diga: “ mira la analítica”.

Porque en esos momentos la voz de la Raquel hija se alzaba en duelo a muerte contra la voz de la Raquel sanitaria. Porque en esos momentos maldije la profesión que tengo. Pero tengo que decirte, que aún sabiendo el inmenso, profundo, tortuoso y devastador dolor que la vida pondría en mi camino, volvería a estudiar la carrera que estudié, porque gracias a ella, a mi profesión, nunca solté la mano de mi madre y ese simple gesto la tranquilizaba, le daba seguridad. Y su tranquilidad estaba por delante de mi dolor, porque nuestros papeles se intercambiaron aquella mañana, ella era la hija y yo la madre.

Han pasado 3 años desde que se fue y la voz de la Raquel sanitaria me sigue atormentando ¿Y si lo hubiera hecho de otra forma?, ¿Y si me hubiera dado cuenta de… ?, ¿Y si le hubieran hecho esa prueba antes?, ¿y si…?. Lo sé, esa voz jamás callará, he de acostumbrarme a vivir con ella. Pero, fuera como fuese, de lo que estoy segura, es de que todo lo hice pensando que era lo mejor para ella.

Raquel Díaz
Farmacéutica

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