¿Qué provoca el cáncer? ¿Somos una sociedad cancerígena?

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Esta historia empieza por el final, mi madre murió con un cáncer. Se le diagnosticó la enfermedad en una de sus mamas, con ganglios afectados. Quimioterapia, operación, radioterapia, todo bien. Problemas a la hora de la reconstrucción, rebrote de la enfermedad, más quimioterapia, problemas con la respiración, más quimio y más problemas y finalmente la muerte.

Me llamo Álvaro Gaitán Prados, no soy médico, ni personal sanitario, pero quiero contar mi experiencia y mi visión del cáncer y el papel que juega la familia en esta partida que nos presenta la vida, y es que en mi opinión una enfermedad así tiene un paciente, pero múltiples afectados.

Tal vez no quieras seguir leyendo si eres sanitario y no te interesa otra cosa que la fría y objetiva ciencia o si la enfermedad te ha tocado o a alguno de tus seres queridos, pues puedes pensar que ante un final tan triste no merece la pena seguir leyendo, que ya bastantes desgracias tiene la vida; pero este final lo conocemos todos, aunque tal vez vivamos de espaldas a él, y no hay duda de que lo viviremos. Querido lector o lectora, de lo que no hay duda es que algún día moriremos. Lo bueno es que, aún sin ser sanitario estoy bastante seguro, sólo moriremos ese día; por lo tanto el resto de días viviremos, entonces este relato va de vivir, de cómo hacer que nuestro paso por la vida sea fructífero, y fíjate si dio frutos mi madre, que aquí estamos tú y yo sembrando una conversación que a cada uno nos llevará a diferentes escenarios y nos abrirá infinitas puertas y posibilidades. De alguna manera ella vive en mí, y a partir de ahora puede vivir contigo y su legado ayudar a mucha gente en sus respectivos trances.

Hoy tengo 36 años, y conocí a mi madre siendo yo bastante joven, aunque no tengo un recuerdo concreto del momento en que la conocí. Recuerdo sus ojos, profundos y oscuros, con el brillo de la noche. Recuerdo su sonrisa casi permanente. Recuerdo que ya era una mujer cuando la conocí, pero era una mujer diferente a muchas madres de mis amigos; según fui creciendo me daba cuenta de que era una mujer peleada con el mundo. Ahora entiendo que fue una precursora de lo que son hoy las mujeres, ahora entiendo que peleaba contra las mujeres de antaño y contra los hombres de siempre. Por eso recuerdo que era una mujer dura, por eso recuerdo que era una mujer frágil (las batallas familiares dejan marcas para toda la vida) que gritaba mucho, a mi padre, y a mí, a sus padres y hermanos, y años después a mi hermano también le gritaba. Pero lo que más recuerdo es que era una mujer amorosa y entregada, que daba todo a mi padre, a mí, a sus padres y hermanos, años después a mi hermano y desde siempre a amigos y cuantos compartían algo con ella. Era una mujer luminosa, una mujer vital, una mujer referencia para muchas personas que pasaron por su lado.

Su muerte fue un resumen de su vida, todos vinieron a verla, a recordarla cuánto la querían. Hoy que pienso en su imagen, recuerdo una mujer, coqueta, con gusto por el maquillaje, la moda y los complementos. Ahora que soy un hombre, recuerdo una mujer bella, físicamente fuerte, atractiva, y sin embargo recuerdo una mujer tapada, tímida, que pasaba mucho tiempo “arreglándose”. Recuerdo trajes de baño cuando ya estaban de moda los bikinis, entonces recuerdo el precio que tuvo que pagar por darme la vida; pues aún no estaba de moda para el personal sanitario cuidar la imagen de una mujer en una cesárea. Además de las marcas emocionales era una mujer con dos cicatrices (la otra se la hizo un toro, por ser una mujer valiente). Muchos la querían, muchos la admiraban y ella, que era una mujer que quiso tanto a tantos, era una mujer que no se amaba.

Hoy que pienso en su historia sé que fue una joven que estudió cuando las mujeres no lo hacían demasiado, sacó una FP de química, viviendo, o al menos eso creo, lejos de casa. Encontró trabajo en el ayuntamiento. Luchó por los derechos de los trabajadores, recuerdo su presencia en huelgas y recuerdo, sin saberme la historia, que peleó también por hacer las cosas como es debido cuando la corrupción de “La Púnica” pasó por su lado. Mientras trabajaba estudiaba Psicología. Fue educadora de parroquia, muchos jóvenes han aprendido con ella, y muchos matrimonios recordarán el tiempo que altruistamente mi madre les entregó. Se interesó por la teología, por aprender inglés. Era una mujer muy leída, y muy viajada (La encantaba viajar). De joven Karateka, bailarina y un poco montañera. Fue una mujer enamorada.

¿Algo más? ¿Cómo era de niña? hermana de cinco hermanos esa niña fue muy pronto mujer encargada, recuerdo a mis tíos riendo de cuando les regañaba. Y recuerdo que regañaba mucho con mi padre y a mí cuando era niño.

¿Cuáles eran sus sueños? ¿Qué le contaría a sus nietos si hoy viviera? La verdad es que nunca me interesé. Creo que quería cambiar el mundo desde la psicología y la teología, quería un príncipe azul… Hoy haciendo cuentas sé que fue una mujer que con su trabajo mantuvo a flote a una familia endeudada. Luchadora, estudiante, trabajadora, amante entregada y sin embargo nunca quise ser como ella; siempre me pareció una persona en segundo plano. Hoy que no puedo contar más de su historia, entre lágrimas descubro que fue una mujer tapada.

El cáncer trajo más gritos a casa, pero no eran distintos, sólo eran más. Los gritos de una mujer que demandaba: más ayuda en la casa, más atención, más presencia, y en definitiva, sin decirlo, más amor. Me cuentan amigos y amigas que a veces la veían sola de un lado para el otro, a veces a visitar a su madre, a veces a ver a su hermana, otras iba o venía del médico. Puede que muchos crean que su marido y sus hijos estuvimos siempre ahí, pero no es verdad. Yo a veces trataba de acompañarla, pero no soportaba su incomodidad, su gesto agrio. Ahora recuerdo cómo la juzgaba y de algún modo la culpaba por estar como estaba. No era capaz de entender lo que pasaba en su cuerpo, ni mucho menos en su mente, y ni remotamente lo que su alma necesitaba.

Sufrió varias veces la infidelidad y la necesidad de reconciliarse con mi padre la tenía obsesionada. Le amaba; al menos eso me cuentan quienes fueron sus confidentes. Ahora me doy cuenta de que fue una mujer abandonada. Pocos días antes de morir, su marido y sus dos hijos nos fuimos de convivencia de Semana Santa, para “crear una sociedad que le diera un poco de luz al mundo”; al menos yo ahora me veo como un hipócrita ya que tenía bien cerca a una persona que verdaderamente necesitaba la luz y se la negué. No conocía la verdadera carga que mi madre llevaba, como una pesada cruz a sus espaldas. Nadie me la había contado, nunca jamás pregunté. Creía, arrogante de mí, tener todas las respuestas, todas las soluciones y si no hacía como yo pensaba era pues culpa de ella. ¿De quién lo aprendería?

Poco antes de ser hospitalizada por última vez tuvimos una discusión en la mesa, a la hora de comer. Como tantas otras veces, mi madre perdió los papeles. Ésta vez demasiado agresiva. Estaba desquiciada. Pagó, creo, contra mí todo su sentimiento de abandono, fue verbalmente muy dura. Sentí que algo se rompía en ella. Poco después la ingresaron, no respiraba del todo bien, además tenía muchas flemas. Todo fue empeorando. Una noche me pidió que le masajeara los pies. Sentí cómo disfrutaba de que la cuidase físicamente. Me cansé pronto y vi un destello de decepción en sus ojos que inmediatamente se llenaron de amor y comprensión. Esa fue la última vez que nos miramos.

Su agonía duró un día entero, no hay duda de que era una mujer fuerte y de que una parte de ella deseaba vivir, y de algún modo despedirse de todo el mundo que de a poquitos iba llegando al hospital, decenas e incluso centenas diría. Creo que logró hacer las paces con todo el mundo y marcharse en paz.

Murió de cáncer, pero ¿qué es el cáncer? Unas células que no se comportan como deben y que hacen lo que jamás cabría esperar, ir contra el cuerpo que las mantiene.

Las heridas emocionales que pueden causar unos padres, el sentimiento de inferioridad que pueden causar las bromas de unos hermanos, la dependencia emocional de un marido, el estrés que generan en tu trabajo cuando no sigues la corriente, el abandono de unos hijos por quienes diste todo… ¿No son esos comportamientos inesperados de quien más nos quiere? ¿Qué hacen los sanitarios ante la enfermedad? Tratan de tratar los síntomas y hacerlos desaparecer, ¿pero qué hay del estilo de vida?, ¿cómo detectan qué influencia a sus pacientes? ¿Qué hacemos los demás ante la enfermedad? Los no sanitarios no tenemos protocolo, así que hacemos lo que podemos, a veces lo que nos conviene y dejamos de hacer lo que no nos conviene demasiado. Algunos miramos para otro lado, otros maldecimos la situación, otros acompañamos sin saber muy bien qué hacer. Pero llega la hora y nos volvemos a casa, con nuestros muchos problemas. ¿Cuántos de nosotros nos implicamos verdaderamente? ¿Cuántos preguntamos en profundidad? ¿Cuántos somos capaces de aguantar en silencio y transmitir paz?

A eso no nos enseñan. Nos enseñar a sumar, restar, multiplicar y dividir. Nos enseñan a leer, incluso en inglés. A los que hemos estudiado más nos enseñan cosas muy complejas como física o la bioquímica y los procesos que explican las enfermedades. Pero no nos enseñan a estar en paz, a transmitirla, a escuchar las necesidades del otro, a cuidarle. No nos enseñan a amarnos a nosotros mismos, no podemos amar a los demás. Vamos por la vida generando soledad.

No te sientas culpable, pues la culpabilidad no sirve de nada y siempre andamos arrojándola los unos a los otros. Siéntete responsable de tu vida y en cierto modo de la de los demás que te rodean.

Escribo desde el dolor, lo sé y lo siento. Pero es una emoción más, es una emoción válida. Como el miedo, la tristez. Vivimos en un mundo en que todo tiene que ser feliz, alegre, visualmente atractivo, emocionante y estamos perdiendo el equilibrio. Pero este dolor me llama a no quedarme donde estoy, me llama a pedir perdón a quienes intentaron hacerme ver y a quienes desoí, me llama a dar las gracias a tantas personas que estuvieron cerca de ella y de mí, me llama a darme cuenta que tenía una venda que me impedía ver. Me llama a por fin ver a mi madre como un ejemplo de persona, que ante la adversidad siempre logró sacar una sonrisa. Me llama a cuidar de mí mismo como nunca había hecho. Me llama a escribir y a remover las cosas que tenemos establecidas y me llama a llamarte a ti, lector, a que mires alrededor y le ofrezcas lo mejor de ti a cada persona que te encuentres porque nunca sabes la cruz que lleva a su espalda.

Todos moriremos. Algún día. Pero el resto de días no. Hoy estamos vivos, doy gracias por eso. Y deseo que encontremos aquello que dé valor a nuestra vida. Busquemos bien adentro de nosotros mismos pues somos fuente inagotable. Y amémonos pues el amor es lo único que nos quedaremos.

Junta los dientes,
muéstralos con tu bella sonrisa,
pega la lengua al paladar
y deja salir el aire
haciendo que vibren tus cuerdas vocales.
Ya llevas la mitad.
No pierdas tu gesto angelical.
Ahora lleva la lengua a tu garganta,
que vuelva a resonar tu caja musical
y transporte el aire el diptongo
de la segunda sílaba.
Y al fin, un leve redoble,
mientras tus labios de nube
se juntan y envían en un beso
el mensaje.
Sonrisa, música y beso.
Con eso
cambiarás el día a quien se lo digas.
Dilo siempre que puedas,
que la vida da muchas vueltas
y hay personas
que se van para siempre.
Entonces la sonrisa es mueca,
la música ruido
y el beso ceniza.
No pienses en tu vergüenza
sino en el camino
de aquellos a quienes
regalas tu amor.
Siempre que puedas
dilo primero:
Cariño, mamá, papá, amigo, lector…
Te quiero.

Escrito por Álvaro Gaitán Prados, guía de montaña y escritor de “El tiempo sin ti”

https://www.letrame.com/autores/alvarogaitanprados/

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