Según la nueva definición de Trabajo Social, consensuada en Melbourne en 2014 por el Comité Ejecutivo de la Federación Internacional de Trabajadores Sociales y la Junta de la Asociación Internacional de Escuelas de Trabajo Social, se trata de una disciplina académica y una profesión basada en la práctica que promueve el cambio, el desarrollo social, la cohesión social y el fortalecimiento y la liberación de las personas, pues involucra a las mismas y a las estructuras para hacer frente a los desafíos de la vida y conseguir un mayor bienestar, bajo los principios de justicia social, derechos humanos, responsabilidad colectiva y el respeto a la diversidad. Por todo ello, resulta evidente que en la búsqueda de un Sistema de Bienestar, la figura del profesional del Trabajo Social ocupa un lugar fundamental en el ámbito sanitario y, por supuesto en la patología oncológica.
El Trabajador Social interviene a partir de un enfoque multidimensional, en el que conoce de primera mano la historia del paciente y su familia. Inicialmente se entiende que la labor profesional va a estar orientada a la sistematización de la realidad, centrada en la recogida de datos para facilitar la organización, accesibilidad y comprensión de la información, así como favorecer nuevos cauces de investigación y evaluación. Además, se orienta hacia el acceso a los diferentes recursos sociales, económicos y materiales, de los que disponen en su contexto las personas afectadas, como pueden ser prestaciones por incapacidad laboral, por discapacidad, de transporte, orto-protésicas, etc., puesto que la situación económica se ve afectada no sólo por el incremento de gastos (medicación, transporte, prótesis, pelucas, etc.), sino también porque el ámbito laboral suele recibir un gran impacto, tanto para el enfermo de cáncer, cuyo estado de salud dificulta o impide en muchas ocasiones su desempeño profesional; como para familiares-cuidadores, que reducen sus jornadas o renuncian a sus empleos para poder realizar un acompañamiento puntual o habitual. Pero la intervención no se queda ahí, va mucho más allá, puesto que la aparición de la enfermedad y la convivencia con la misma, supone un golpe directo en el paciente y en su entorno cercano, a todos los niveles.
Por tanto, el Trabajador Social va a actuar teniendo en cuenta que todos los factores son importantes de cara a conseguir un tratamiento integral de la enfermedad. En este sentido, se ha de aclarar que el/la profesional debe convertirse en un agente activo en el proceso de cambio, que se encargue de trabajar con los enfermos oncológicos y sus allegados todas aquellas carencias que impiden o dificultan el afrontamiento de la enfermedad, la convivencia con los efectos de la misma y el tratamiento y el avance positivo en el proceso de curación o el afrontamiento del duelo. Inicialmente, se ha de realizar un análisis de la realidad, a través de la recogida de información, no limitándose a una entrevista que siga una dinámica de interrogación, pues debe ser un proceso que respete el ritmo marcado por la confianza que se va generando entre profesional y usuarios/as. La intervención va estar dirigida a la escucha activa de las preocupaciones, dudas y necesidades de las personas afectadas. Una vez que el/la profesional llega a conectar con sus usuarios/as en un clima de seguridad, diálogo y confidencialidad, se logra conseguir toda aquella información relevante, que va desde el diagnóstico médico, el nivel educativo y la situación económica-laboral, a aspectos más íntimos como los conflictos de intereses, las relaciones familiares y la gestión emocional. En este punto, se van a poner sobre la mesa los recursos existentes y se van a valorar las fortalezas y potencialidades, frente a las necesidades o debilidades que han surgido o que ya existían antes de la aparición de la enfermedad. A partir de ahí, la intervención se podrá enfocar de diferentes maneras.
En primer lugar, el/la profesional se convierte en un agente de mediación familiar, puesto que todo se descoloca y es necesario lograr una red de apoyo que comience en el propio hogar y que muchas veces, debido al miedo, la falta de comunicación, el desinterés o la sobreprotección, la culpabilidad o la negación, se ven afectadas o empeoradas las relaciones familiares. Además, no sólo debe darse una atención focalizada en el individuo o sus familias, sino que también resulta esencial la intervención grupal, que va a beneficiar a la persona enferma al poder encontrarse con un espacio en el que sentirse comprendida, al estar formado por personas que sufren su mismo proceso y que lo afrontan de muchas formas diferentes. En este tipo de grupos se crea un ambiente familiar y un lugar de desahogo, que permite compartir los aspectos negativos que vienen a fortalecer el sentimiento de apoyo mutuo, y propiciar y reforzar la actitud positiva y la aparición de fortalezas. Por otra parte, el hecho de que se vean influidas todas las áreas de la vida del enfermo y su familia, afecta a su identidad, debido al desajuste emocional, la pérdida de motivación, el rechazo debido a los cambios físicos, el deterioro de la autoestima, etc. Por tanto, en este momento el Trabajador Social debe ofrecer recursos específicos a sus necesidades, superando lo burocrático, que nacen en el trabajo con la persona o grupo sobre aspectos que van desde la comunicación, la gestión de emociones y la autoestima; hasta el asesoramiento sobre algún centro de estética para el cuidado de la piel, de una peluquería en la que se especializan en el tratamiento de pelucas o la derivación a una asociación o entidad que realiza talleres terapéuticos de ocupación del tiempo libre, a través del desarrollo personal y el desahogo emocional (de pintura, teatro, lectura, baile, etc.).
En definitiva, el tratamiento social del cáncer no sólo va a centrarse en escuchar una historia de vida para sistematizarla y dotarla de ayudas económicas y materiales, pues es un proceso que va desde crear un espacio de confianza, acogida y desahogo personal y familiar, hasta un trabajo multidisciplinar que facilita el tratamiento integral, ya que aboga por el fortalecimiento de las relaciones familiares, la estabilización y la expresión emocional, la aceptación de los cambios y la pérdida, la creación de uniones, el cuidado de la imagen para preservar la identidad y la generación de nuevas vías de motivación y desarrollo personal. Una labor de lucha por la liberación de las barreras que impone la aparición del cáncer y que puede marcar la diferencia a la hora de afrontarlo y superarlo, más allá de la supervivencia.
Autor: Hernández Hernández, Lorena