De hijo, a cuidador, a sanitario: caminando por redes sociales.

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Si estoy escribiendo estas líneas es porque ella sufrió. Porque seguro que muchos me ayudaron sin conocerme personalmente. Porque lloré en silencio de forma incomprendida. Porque aprendí lo que verdaderamente era tener miedo.

Es cierto que la vida te cambia de un día para otro. Las llamadas, en determinadas ocasiones, pueden llegar a ser tremendamente injustas en la vida.

Aún recuerdo ese día de camino a casa. Yo en mi mundo. Recibí la llamada de quién nunca se molestó en entenderla o ayudarla. Fue su decisión hace ya un buen puñado de años. Le escucho atónito. Me dice que se había caído a consecuencia de lo que inicialmente parecía un mareo y que no sabía qué hacer. Le recomiendo que ambos vayan al Servicio de Urgencias. Mientras, yo intentaba llegar lo antes posible. En ese momento me quedé absolutamente en blanco. Hablo con el Centro de Salud. Aquella persona, sanitario con bata blanca me empezó a hablar de una bajada de tensión, una posible anemia. Hay muchas maneras de decir las cosas, cierto es, pero él ya había decidido que fuera así pasado los días. Como si fuera algo normal. Recuerdo aquella expresión clavada en mi mente “Eso no es nada campeón. Es un corta y pega y para casa. Es lo que sospechábamos”. Fué así como lo supe. Ni lo entendía, ni sabía a lo que se refería.

Quién me iba a decir, cuando esas horas, días y meses encerrados en la biblioteca, mirando hacia la ventana izquierda desde mi silla y mi inseparable mesa, generaron los mejores años de una vida haciendo lo que más me gustaba. En esos momentos una amistad parecía eterna y fiel. Al menos en aquellos días previos, el curso de la vida se tornaba idílico.

Después de colgar la llamada e ir a su casa, me senté junto a ella. Cómo decirle que, sin saberlo, me iba a rodear, pasado un tiempo, de personas cuyo único objetivo era ayudar y enseñar lo que cada día vivían y sufrían sin pedir nada a cambio. Cómo explicarle a ella que cree tanto que en este mundo en que vivimos, al nacer no elegimos la familia. Elegimos las amistades, a las personas con quienes nos queremos rodear o incluso sin tenerlo previsto, de quien nos enamoramos. ¿Y si casualmente alguien te envía a un “ángel de la guarda” en el momento más complicado, en la situación más difícil de tu vida o para compartir ese instante en el cual estás perdido y aturdido?

Posiblemente, aquel sanitario con el que contactaste por una red social esté de paso. Por sorpresa y por circunstancias varias que nos depara esta vida, lo has conocido. Presiento que por algún motivo, por algún porqué. Su misión quizá fuera ayudarte en el momento más complicado. Puede ser que incluso no vuelvas a escucharle o ni tan siquiera verle. Siempre me quedará la grandeza de su ayuda, la fortuna de haberle conocido. Cabe la posibilidad sin embargo, de que lo hayas conocido porque ha llegado para quedarse, para tenderte su mano y amistad para siempre. Una amistad que puede perdure toda la vida y que, con el paso del tiempo, llegues a conocer su gran recorrido profesional sanitario. Es en ese momento cuando aún me produce más respeto. Antes, ya me mostró su enorme lado humano y ahora me siento el más afortunado del mundo.

Lo extraordinario resulta que ese profesional sanitario, “el ángel”, con una propia vida personal y laboral, es alguien con el que sólo has compartido unas cuantas conversaciones, alguna que otra confidencia e ideas en materia sanitaria. Gracias a una Red Social conectamos de forma mágica.

¡Pues sí!, justamente una red social que hace un tiempo casi ni usabas, coincides con inmensos profesionales, que se convierten en compañeros. Con el tiempo en amigos y ahora ya en una nueva «familia». Sientes que aunque sea un mundo virtual, es un mundo igualmente real. Sientes las muestras de apoyo y de afecto de un modo que acaso nadie lo haya mostrado antes. Amigos que seguramente nunca llegues a «desvirtualizar», pero que sabes que están ahí, a un golpe de teléfono. Para tenderte una mano. Una mano llena de ilusión por ayudar, enseñar, dar cariño y sobretodo tener un gesto tan sencillo como es el simple arte de escuchar. Escuchar a alguien que sólo quería una simple explicación, un motivo o una respuesta a algo que nunca en su vida tuvo la suerte de aprender. Ese alguien, un profesional sanitario del que quiso oír cosas distintas acerca de una determinada patología. Eludir una situación complicada de salud que podía tener una solución. Una solución invisible hasta ahora por la impaciencia de ver sufrir injustamente a alguien en una habitación. Desolada y perdida. Alguien por la cual hubiese dado, si hiciera falta, su vida.

Todavía recuerdo esa llamada y esa conversación. Me pongo nervioso, especialmente por la manera en la cual me lo dijo. Cierto es que si no hubiera pasado de esa forma, nada de lo que ocurrió posteriormente de forma positiva hubiera pasado. Fue una concatenación de hechos. Creo que en el fondo todo pasa por algo.

Soy un profesional sanitario. Eso es lo que me considero a día de hoy. Se entiende que debo saber comunicar noticias, ofrecer información fidedigna e inteligible. Determinadas noticias inesperadas pueden llegar a romper el alma y es ahí donde es importante el saber cómo decirlo. No todo el mundo puede llegar a conocer, en un momento determinado de la vida, lo que significa comunicar una mala noticia desde el rol hija/o o madre/padre o hermana/hermano o desde el rol de un profesional sanitario. Si el transmisor de la mala noticia además de ser sanitario es hijo, es más fácil si cabe que se quede en blanco y no sepa qué decir. En aquel momento tuve miedo al pensar si todos los profesionales experimentaban lo mismo. Creí que ese es un error que muchos de nosotros cometemos.

Mi madre fue ingresada un Fin De Año de 2016 a las 7:30pm en el Hospital Nuestra Señora de la Candelaria por Urgencias. Con un primer diagnóstico de Cáncer de Colon que se determinó finalmente que era un Linfoma de Burkitt. Gracias al enorme equipo humano que se encontraba en ese momento y al equipo oncológico que tuvo es lo que es hoy.

Todavía me asaltan los recuerdos de aquellos días de Navidad hace casi dos años, donde nada era como ahora, absolutamente nada. El paso del tiempo me hizo ver que existen grandes médicos, con amor por su trabajo y con unas inmensas ganas de sacar adelante y ayudar al paciente y a su familiar. Tuve la suerte de encontrar a un equipo que un día de fin de año hizo lo posible por salvar la vida de un ser querido y todo su trabajo mitigaba ese daño. Aún tiemblo al recordarlo…

Meses después, conocí a otras personas que cada día me hacían sentir más aliviado pensando que estaba en las mejores manos. Entendía que todo tenía un sentido, aunque al llegar a casa la soledad y las lágrimas brotasen espontáneamente. Una soledad y un carácter que hasta a quien le diste todo, nunca comprendió la situación y me dejó. Se fué paulatinamente alejando de mi vida, aunque vivía con la esperanza de que algún día me diera un abrazo que nunca llegó. Aún a día de hoy sigue sin llegar. Aunque a mi me apetezca sé que sería fugaz y diluido, sin sentimiento por el daño causado.

Vivir y caminar durante tantas horas por una planta oncológica me hizo pensar y recapacitar. Me hizo sentir, como a tantos profesionales sanitarios que se desviven por sacar una sonrisa a un paciente, de que damos más de lo que podemos dar paradójicamente en nuestras vidas personales. Esos momentos me han hecho caer en la cuenta de que he podido recibir una lección de vida. Un profesional sanitario es un profesional por encima de todo y lo más importante es el paciente. Existen médicos, enfermeras y auxiliares que consiguen que un paciente oncológico no piense que tiene cáncer, sino que un día saldrá de esa habitación y volverá a sonreir. Gracias a todos y cada uno de ellos y a que la vida me ha dado la oportunidad de ser un sanitario. Trato de ayudar, de enseñar lo aprendido y sobre todo de buscar la sonrisa. Una sonrisa que se ausenta en mi soledad de cuidador, pero que brota fuera de ella.

Cuidar, cuidar como toda madre cuida de su hijo, sufre y pernocta con él. Llega un momento en el que se cambian las tornas y el hijo se convierte en cuidador de su madre. Le da todo y más. Llega a desmoronarse y a levantarse sólo pensando que si él se desmorona quién va a cuidar de ella. Pedir con un “por favor” las cosas tiene muchos significados. Cuando eres el cuidador significa mucho más. Querer comprender lo vivido es en muchas ocasiones misión imposible. Aunque en ese momento lo es todo. Las lágrimas derramadas tienen el mayor de los significados.

Fui incomprendido por muchos, apartado por algunos y acogido por otros tantos, encontré consuelo donde menos esperaba … y aún, sigo teniendo miedo

Un cuidador puede llegar a sentirse incomprendido. No es lo mismo contarlo que vivirlo. En ese camino, personas ajenas a mi vida se acercan debido a mi inquietud. Abres las Redes Sociales para buscar ayuda. Buscas respuestas en compañeros sanitarios que igual podrías tener la oportunidad de conocer en persona. Puede que hables con ellos tras la pantalla de un ordenador o un móvil. Se produce el momento mágico en el que oír su voz o incluso de verla en persona te conduce hacia la mejor guía imaginable.

Ello me ha dado la oportunidad de que hayan habido momentos que he cambiado el rol de pasar a ser cuidador a dar consejos a un futuro cuidador o a un paciente. Momentos que se hacen impredecibles. Hijos con madres que se ven perdidos en los pasillos de un hospital, en una noche incierta en la cual acaban de ser abandonados por su pareja y cuya madre no sabe que diagnostico tendrá. Les ves desolados. Intentas acercarte y ayudarle como puedes. Hay pacientes oncológicos que se han convertido en expertos de su propia enfermedad y aún así, me piden una opinión. No soy yo un experto. Sólo he sido un hijo que luchó por lo creía que tenía que hacer. El día a día detrás de un mostrador me ayuda a ver que lo vivido lo puedo transmitir a un paciente oncológico.

Es cierto, le tengo respeto a la vida, una vida que es única. Vivo en un constante sobresalto ante la posibilidad del hecho de enfermar. Antes vivía sin preocupaciones y sin pensar en que el cuerpo puede deteriorarse. Ahora y después de lo visto, ya no floto en el aire sino que tengo pánico a estar mal. Por ella pienso que debo recuperarme y por mi pienso que quiero y deseo seguir adelante.

Estas sensaciones son naturales en un cuidador que ha pedido perdón, ha suplicado y sobre todo ha querido saber para poder ofrecer más cantidad y calidad de vida. ¿Es este el precio a pagar? Esta soledad incomprendida y ese cariño real que sólo ella sabe darte. Sé que algún día se irá como nos iremos todos. Y yo ¿qué siento? Es una sensación que hay en mi, que no me deja respirar aire nuevo, ni ver detenidamente el cielo azul. Es el miedo a la muerte, un miedo nacido después de lo vivido.

El miedo y el sentido de la responsabilidad son complicados de gestionar. Cuando a ellos se les une la soledad resulta más difícil aún, especialmente cuando lo interiorizas. Un miedo por lo vivido, por lo sufrido y por lo que pueda venir.

Hoy la he vuelto a llamar para darle los buenos días. Ella me pide que siga durmiendo y descansando. Sólo ella sabe lo que he vivido, aunque efectivamente algunas cosas las he obviado contar. No para decirme que descanse por todos los días de trabajo que llevo y que ya es hora de volar. Cada vez que la veo le digo lo guapa que está y me responde diciéndome que el mérito es mío, encendiéndome así una sonrisa de orgullo.

Al llegar hasta este punto, me doy cuenta de que ella ha ido rejuveneciendo y yo parece que estoy envejeciendo. Me enfermo con una facilidad que antes no experimentaba. Siento que estoy quedándome solo. Una soledad que me resulta complicada. Las amistades han ido cogiendo cada cual su camino. Algunos no entendieron todos estos años, percibiendo la soledad sin el abrazo cercano o sin la compañía de una pareja.

Todo esto creo que es el resultado de que sólo quise cuidarla a ella durante su proceso. Quizás por eso ahora tengo esa sensación de soledad que me acompaña y enfermo con tanta facilidad. ¿Será por el trabajo? Probablemente no. Estoy viviendo una época ilusionante. ¿Será por una situación económica? Tampoco. Todos alguna vez en nuestra vida hemos mal llevado esta situación. ¿Será por haber estando cuidando directamente a un paciente oncológico?

Sin darme cuenta, me percato ahora de ese deterioro. Fueron muchos meses. Casi dos años al pie de la situación procurando que no le ocurriera nada, y aún sigo preocupado por todo.Un tiempo en el cual yo no podía permitirme enfermar, para poder estar junto ella. Y ahora cuando ella está bien por momentos, tengo miedo de la vida. Pienso que aunque ella ahora esté curada y con sus controles médicos, sigo teniendo mucho respeto a las pruebas venideras.

Ella vive inquieta y sin parar. No es justo que ella haya nacido para haber sufrido de esta manera, aunque si ella no hubiera nacido tampoco lo hubiera hecho yo. Para ver lo que he visto, vivir lo que vivido y sentir lo que he sentido. Yo te pregunto que en esta vida en la que vivimos, hay maneras de actuar y decir las cosas. A veces me pienso que todo podría ser de otra manera. Somos dueños de nuestras decisiones y actuaciones, pero en este caso el camino de la vida lo quiso así.

Hay algo que me queda claro. Hay algún sanitario que se merece el cielo y los hay que trabajan en un mar lleno de peces, a lo cuales con darles cariño o tener un simple gesto al ayudarles, les damos en cierto modo la vida. Dicen que existía un barco. Un barco anclado en su puerto en calma, aunque ese no era su cometido. Se creó precisamente para zarpar rumbo a lo desconocido. Por algún motivo nacimos y hoy supe cuál era mi cometido. Ser un sanitario cuidador, de alguien que sufrió y lloró, que ahora quiere ayudar dando felicidad cada día y que solo espera verle a los ojos…

Gracias a muchas personas, muchos de ellos profesionales sanitarios, que encontré en redes sociales que aún no conozco en persona, a nuevas amistades que conocí en el camino de la vida y que me tendieron su mano y a una nueva vida, salió el sol

Todo tiene un por qué, y el mío es este por que, sufrí y sufro, padecí miedo y tengo respeto, supe entender la palabra Cáncer y Burkitt y sobre todo aprendí a darle la mano al miedo por ella. Algún día se apagará la luz, sus ojos se cerrarán y yo probablemente se, que los tendré a todos ellos en mi vida sin haberlos conocido físicamente. Pero algún día, me iré yo sin entenderlo y no quiero irme estando solo.

¿Ahora me entiendes?…(Todo en silencio de nuevo).

Por Ishoo Budhrani.
(Un Hijo Farmacéutico, un Sanitario Cuidador)

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