LAS 3CS DE LA CONFIANZA

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Remontar el vuelo

Dos cazadores alquilaron un avión para ir a la región de los bosques. Dos semanas más tarde, el
piloto regresó para recogerles y llevarlos de vuelta. Pero, al ver los animales que habían cazado,
dijo: “Este avión no puede cargar más que con uno de los dos búfalos. Tendrán que dejar aquí el
otro”.

“¡Pero si el año pasado el piloto nos permitió llevar dos búfalos en un avión exactamente igual
que éste…!”, protestaron los cazadores.

El piloto no sabía qué hacer, pero acabó cediendo: “Está bien; si lo hicieron el año pasado,
supongo que también podremos hacerlo ahora…”.

De modo que el avión inició el despegue, cargado con los tres hombres y los dos búfalos; pero no
pudo ganar altura y se estrelló contra una colina cercana. Los hombres salieron a rastras del
avión y miraron en torno suyo. Uno de los cazadores le preguntó al otro: “¿Dónde crees que
estamos?”. El otro inspeccionó los alrededores y dijo: “Me parece que unas dos millas a la
izquierda de donde nos estrellamos el año pasado”.

Anthony de Mello en “La oración de la rana”.

Nos estrellamos una y otra vez, pero como decía Einstein, “no podemos pretender que las cosas
cambien si seguimos haciendo lo mismo”. En lo que se refiere a la atención médica, todavía hoy
tenemos dificultades para remontar la colina que tenemos delante. Da la sensación de que la
montaña es cada vez más alta. Los avances tecnológicos han sido espectaculares en los últimos
años y la relación con el paciente ya no es tan paternalista. Sin embargo, muchos pacientes se
quejan de que la atención no es buena.

La falta de empatía que denuncian algunos pacientes no encaja con nuestra naturaleza
generosa, altruista y compasiva que refieren muchos expertos. El origen de nuestra bondad
comenzó con nuestros antepasados hace miles de años cuando vivíamos en grupos pequeños.

Estaban adaptados a unas condiciones duras, rodeados de predadores. Sobrevivían con unas
herramientas que apenas servían para defenderse y cazar. En ese contexto sólo se podía
subsistir gracias a la colaboración de todos. Para comprender esto podemos pensar en “la caza
del ciervo”. No necesitaban organizarse para cazar conejos, pero debían colaborar y coordinarse
con eficacia para cobrarse una pieza como un ciervo. Así, en su vida cotidiana se ayudaban, por
ejemplo, a reparar una lanza, crear una red rudimentaria, y, por supuesto, cuidarse si alguno
estaba herido, enfermo, si era un niño o un anciano. La reputación de los individuos no dependía
de lo que tenían, sino de su trabajo, esfuerzo y generosidad. Los consejos de los sujetos más
reconocidos eran también más valorados. Así, a lo largo de millones de años se produjo una
selección social. Se eligieron a los individuos más generosos, que se sentían mal cuando iban a
traicionar o engañar a sus compañeros. En esos grupos era relativamente sencillo descubrir a
los tramposos porque eran muy pocos y todos se conocían. El cotilleo apareció entonces y se
convirtió en un método muy eficaz para el control de los egoístas.

Los grupos crecieron y fue más complicado descubrir a los aprovechados. Las normas morales
adquirieron gran protagonismo. Permitían identificar lo que estaba bien o mal. Los valores, las
creencias identificaban a cada grupo y se transmitían de unos a otros y solía hacerse a través de
cuentos y leyendas. Así, el lenguaje de día y el de noche eran diferentes. El de día era
organizativo y servía para crear estrategias de caza, organizar la siembra, etc. El lenguaje de
noche era más descriptivo y se utilizaba para contar historias en torno al fuego. El
descubrimiento del fuego no sólo permitió cocinar los alimentos, sino que además aportó unas
dos horas más de luz cada día. Entorno al fuego se encumbraban actos nobles, bondadosos y
personajes compasivos y fuertes, así como se denigraba a los miserables.

En general, nuestra mente se desarrolló la mayor parte del tiempo de la evolución humana en
grupos pequeños en donde todos los miembros se conocían. Pero, además es profundamente
tribal. Lo que mejor hace es identificar quienes son “los míos” y quienes son “los otros”. Lo que
esto supone es que, efectivamente, somos generosos, altruistas y compasivos, pero lo vamos a
ser, esencialmente, con “los nuestros”. La indiferencia e incluso la crueldad es frecuente con los
desconocidos y los rivales.

El problema con el que nos encontramos desde hace ya muchos años es que la medicina se
realiza entre desconocidos. Esto es lo que denunció el Dr. Peabody en uno de los artículos más
referenciados por JAMA en la historia de la medicina, “The care of the patient” ya en 1927.
Pensaba que los hospitales funcionan como una máquina fría y deshumanizadora: «el buen
médico conoce a sus pacientes… Tiempo, empatía, simpatía y comprensión deben dispensarse
sin recato; la recompensa estará en el lazo que se forma y que produce la satisfacción más
grande en la práctica de la medicina».

Dan Ariely afirma que somos altruistas sobre todo con las “personas identificables”. Es decir,
con aquellas a las que conocemos o a las que identificamos como similares a nosotros. Esto
explica que muchos profesionales no duden en decir a sus compañeros que son “de la casa”
cuando necesitan ayuda, o que seamos más cercanos con un vecino o con alguien que te
recuerda, por ejemplo, a tu madre. Pero, en realidad, todos somos del mismo “grupo”. Todos
somos seres sintientes, vecinos, madres o hermanos de alguien. Lo único que nos separa es que
no nos conocemos. Eso se puede solucionar haciendo lo que propone el Dr. Peabody en una
frase histórica: “el secreto de cuidar al enfermo radica en cuidar al enfermo”. En inglés “cuidar”
se puede traducir como atender, preocuparse, asistir, interesarse.

Debemos hablar con nuestros pacientes para conocer si tienen nietos, aficiones, mascotas,
viajes programados, preocupaciones, etc. Compartir con ellos detalles de nuestra vida cotidiana
que les permitan observar que somos personas amables y con “corazón”, que conocemos
nuestro trabajo (tenemos “cabeza”) y estamos “comprometidos” (las 3 Cs de la confianza) en
ayudarles.

El Dr. Peabody había sido diagnosticado de un sarcoma del estroma gastrointestinal incurable
poco antes de dirigirse a sus alumnos y compañeros en un discurso memorable. Los pacientes
eran de “los suyos”. Han pasado muchos años y va siendo momento de remontar la colina y no
estrellarnos de nuevo. Humanizar la sanidad supone saltar el muro que nos separa y nos impide
“ver” a las personas que hay detrás de las patologías.

https://youtu.be/Xn1I1YW2Jzc

BASILIO LÓPEZ

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