LOS DESCONOCIDOS Y «EL NOMBRE DEL PERRO»

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Un estudio muestra que cuando se colocan a dos ratas que no se conocen sobre una rejilla
electrificada y se hace pasar una corriendo es muy probable que se ataquen mutuamente. Este
es el fundamento teórico que hay detrás del documento que muestro a continuación (sin autor
conocido) y que se puede encontrar en redes sociales.

“Si recoges 100 hormigas negras y 100 hormigas rojas y las pones en un jarro de vidrio nada
pasará, pero si tomas el jarro, lo sacudes violentamente y lo dejas en la mesa, las hormigas
comenzarán a matarse entre sí. Las rojas creen que las negras son las enemigas, mientras que
las negras creen que las rojas son las enemigas, cuando el verdadero enemigo es la persona
que sacudió el jarro. Lo mismo ocurre en la sociedad: Hombres vs mujeres. Izquierda vs
derecha. Ricos vs pobres. Fe vs ciencia. Jóvenes vs viejo, etc. Antes de pelear entre nosotros
debemos preguntarnos ¿Quién sacudió el jarro?”.

El Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, Luis Aguado nos cuenta en su libro
“La mente de la tribu”, que nuestro cerebro es especialmente eficaz a la hora de definir
“quienes son los nuestros” (mi grupo) y “quienes son los otros”. Al hacerlo, tendemos a
observar a “los otros” con cierta suspicacia y animadversión. Esta predisposición natural suele
estar en el centro de muchos conflictos sociales, guerras, revoluciones, etc. Sin embargo, es
importante resaltar que basta con estar delante de un desconocido para que nuestra mente se
active.

En general, los desconocidos producen cierta desconfianza en otros seres humanos. El motivo
es que son menos predecibles que los conocidos. Todos los seres vivos tienen libre albedrío o,
dicho de otra manera, pueden actuar como quieran. El libre albedrío fue un problema para
todos los grupos de homínidos a lo largo de la evolución porque el comportamiento antisocial
de unos pocos podía afectar a la cohesión del todo el grupo y, por lo tanto, debilitarlo frente a
las amenazas externas. Por ese motivo, a lo largo de millones de años de evolución se fueron
seleccionando aquellos individuos que eran más generosos, cooperadores, compasivos, leales.
De forma que, este proceso de selección social limitó el libre albedrío. Esto explica además que
sintamos ansiedad o vergüenza cuando nos planteamos hacer daño o a traicionar a un
conocido.

A lo largo de millones de años, nuestro cerebro fue evolucionando hasta lo que somos hoy. En
este sentido es muy importante conocer que el 98 % del tiempo en el que fue cambiando
nuestro cerebro nuestros antecesores vivían en grupos pequeños en los que todos se
conocían. Además, esos grupos vivían en unas condiciones muy duras, en las que la diferencia
entre formar parte de un grupo o vivir solo suponía la distancia entre la vida y la muerte. Así
que los desconocidos eran poco frecuentes y el instinto de pertenencia al grupo era muy alto.
La compasión y el cuidado de los vulnerables era frecuente. Se han observado restos de
huesos en sujetos en los que hay cicatrices que necesitaron cuidados durante mucho tiempo, e
incluso que se cangara físicamente con estos individuos. Hemos sido muy generosos los unos
con los otros a lo largo de millones de años. Después, el homo sapiens comenzó a extenderse
por la Tierra. Llegó el sedentarismo, la agricultura, la ganadería. Los grupos crecieron y se
separaron. En ese contexto, en el que se almacenaban los recursos y los grupos competían
llegaron las primeras grandes guerras.

En la actualidad ya no vivimos en grupos pequeños y los desconocidos son frecuentes. Sin
embargo, nuestro cerebro sigue siendo el mismo. En general, somos suspicaces con los
desconocidos y tendemos a identificarnos con “los nuestros” y distanciarnos de “los otros”.
Ahora bien, la pregunta del millón es, ¿cuál es nuestro grupo? El difícil responder a esta
pregunta porque a quién percibimos como “los nuestros” depende del contexto. Pueden ser
desde los miembros de nuestra familia, el equipo de fútbol al que animamos, a el resto de
sanitario e incluso, a la humanidad en su conjunto.

Después de la crisis sanitaria que se produjo en Reino Unido en la que hubo una sobre muerte
muy elevada en dos Centros sanitarios entre 2005 y 2008, el Informe Francis venía a decir que
fue causada por una falta de compasión por parte de los profesionales hacia los pacientes, a
los que se trataba casi como si fuera objetos e incluso el enemigo. La solución que propuso la
psiquiatra Penelope Campling fue introducir en los centros sanitarios “la bondad inteligente”.
Se trata de algo muy simple. Utilizar nuestra capacidad de pensar (inteligente) para ser amable
(“bondad”) al reconocer a los pacientes como seres humanos iguales a nosotros. Esta
psiquiatra plantea que la amabilidad es el punto de partida que favorece las relaciones. Es una
señal de que entendemos que delante hay otra persona. Eso permite que se cree una relación
de confianza que, finalmente redunda en mejores resultados clínicos.

Dado que existe en nosotros cierta tendencia natural a poner cierta distancia emocional ante
los desconocidos, es importante hacer un esfuerzo consciente por ver a la persona que
tenemos delante e interesarnos por ella.

Taimur Safder es un médico que escribió un artículo titulado “El nombre del perro” en The
New England Journal of Medicine en octubre de 2018. Contaba que cuando era residente le
sorprendió mucho al escuchar que su adjunto le preguntara a un paciente por el nombre de su
perro. Este paciente había sufrido un infarto mientras paseaba a su mascota, pero en ninguna
guía clínica se describía que se debiera hacer semejante pregunta. Sin embargo, Taimur
afirmaba que ese día aprendió muchas cosas; “Si te interesas por cuestiones personales,
cotidianas de los pacientes, ellos perciben que hay una persona real debajo de la bata”,
escribía. Los pacientes notan que se les percibe como una persona y no como una patología.
Observan que el médico les entiende porque es alguien como ellos. Lo único que les separa es
que, por el momento, son dos desconocidos.

Basilio López Oroazco.

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