Es complicado ponerse delante del ordenador a escribir cosas que nadie quiere leer: estamos habituados a publicar y publicitar éxitos, nuevos tratamientos y técnicas que permiten avanzar en la lucha contra esta enfermedad, que no es una, sino muchas, y que, al igual que una Hidra, puede ser una pesadilla para los héroes que trabajan contra esta enfermedad y que, como Hércules, la venció (recordemos esto, pues es importante).
Hace ya un tiempo (mucho tiempo) me picó África, y como Rudyard Kipling, no pude resistirme a sus encantos. Sin embargo, hay mucho que mejorar allí (para los que pensamos también aquí, por supuesto, pero está bien salir a la ventana de vez en cuando y mirar el mundo como es, pequeño y de todos).
Si pensamos en una de esas preguntas que muchos hacen cuando vuelves de algún viaje o de planificar proyectos de salud es sobre la situación del tratamiento en cáncer allí: como todas las realidades, ésta no se escapa de ser poliédrica, con muchas caras, y por desgracia, algunas aristas muy afiladas: tantas como desigualdades se puedan ver. Por eso, habrá personas que ven grandes desarrollos en cuanto a infraestructuras y acceso a medicamentos en muchos países, y es así, y es lo deseable. Sin embargo, de los 54 países que componen el gran continente de nuestros padres hay muchos que encabezan la lista de los más pobres. Y eso también afecta a sus sistemas de salud y a los diagnósticos y tratamiento frente al cáncer.
Sin llegar a generalizar, pues no sería real, la situación es crítica. Como ejemplo un botón: el centro de África, Chad, diagnósticos en mujer, con cáncer de mama, que se hace solamente por clínica (el acceso a biopsias sencillas está reservado para quien lo pueda costear, y un análisis patológico complejo se realiza en la vecina Camerún). Sin esto, no empezamos bien. Cuando todo evoluciona, sin tratamiento posible (no hay acceso a medicamentos como bloqueos hormonales, quimioterapia, inmunoterapia o pequeñas moléculas, el diagnóstico de las posibles metástasis es rudimentario, se suele hacer por ecografía, pues realizar una TAC, que es lo mínimamente deseable es muy costoso (50 euros al cambio en francos CFA) y por otra parte, la respuesta encontrada se torna en pregunta: ¿Qué podríamos hacer, si no hay tratamientos? Ese es uno de los puntos gatillo que pueden hacer que cualquier cooperante se eche las manos a la cabeza y diga eso de “no puede ser”.
Solamente las élites del país, que cuentas con abundantes riquezas minerales y mucha diferenciación social, pueden permitirse coger uno de los vuelos semanales a París, antigua metrópoli, para tratarse en Europa.
Ante estas situaciones uno se plantea intentar al menos, hacer algo para cambiar, para idealmente, invertir, este panorama. Cierto es se puede hacer mucho en la distancia, incluso más que viajando. Sin embargo, conocer las realidades allá ofrece perspectivas únicas para el trabajo aquí.
Una vez establecido el diagnóstico de salud, y constatando que las necesidades son muchas, podríamos exponer una actuación en tres niveles: educación en salud para profesionales que trabajan en diferentes situaciones y realidades (y acceso a la educación para la población). Como ejemplo, el aprendizaje de las técnicas quirúrgicas más sencillas puede ser clave para una mejor evolución de la enfermedad. El segundo nivel, en el que el lector puede intuir cierta inocencia en las palabras, supone la inversión básica en estructuras de salud y personal que las atienda. La implementación de políticas en estos dos aspectos (educación y salud) es clave para el desarrollo en cualquier país, región o situación: en Europa o en cualquier continente.
Y como tercer nivel, muy necesario, el desarrollo de investigación biomédica que permita ofrecer soluciones personalizadas en origen: acceso a nuevos fármacos a través de diagnósticos rápidos, seguros y fiables no es utópico. Puede ser una realidad con un planteamiento logístico adecuado y centrado en medidas globales que se encarguen de la atención y el cuidado al paciente en todo el proceso de la enfermedad, pues hasta ahora, y en para una gran parte de la población de este continente, el único tratamiento posible es el paliativo, el cual, también, dista mucho de ser parecido a lo que podemos conocer como tal en occidente. De hecho, la fuerte presencia de tabúes asociados a tratamientos paliativos con opiáceos es una gran barrera para la correcta atención a nuestros pacientes.
No podemos cerrar los ojos a las realidades, ni a las cercanas, ni a las lejanas. Disponer de fármacos, diagnósticos y en general, de atención sanitaria, debe ser universal. El acceso a la salud es clave para el desarrollo de cualquier comunidad, y junto con la educación, es la base para el progreso.
Me atrevo a escribir aquí sobre la necesidad de universalización de la anterior afirmación como la constatación del hecho diferencial en torno a comunidades, pues es también la realidad en nuestro país, salvando las grandes diferencias entre el todo, un poco y la nada.
Mirando al sur, siempre.
Julio de la Torre.
Profesor en la EUEF San Juan de Dios, Universidad Pontificia Comillas.
Miembro de la SEEO Sociedad Española de Enfermería Oncológica.
Miembro de AMAP ONGD.