Cáncer: no es un mito, es real

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Que el cáncer es una lacra de nuestra sociedad no es nada nuevo, del mismo modo que tampoco lo es el tópico de que la salud es lo más importante pese a que no siempre seamos conscientes.

Pero como en tantas otras cosas el cáncer se presenta sin avisar y todos lo miramos con respeto y desde la distancia, pensando que nunca nos va a tocar padecerlo ni sufrir sus estragos.

Sepan ustedes, antes de seguir, que esto no es un artículo científico, ni tan siquiera un tratado con ninguna pretensión, más bien un ápice de cierta llamada de atención, por decirlo de alguna forma.

Cuando una palabra asusta sólo con nombrarla no puede presagiar nada bueno. Actualmente existen más de 200 tipos de cánceres de los que cada uno se comporta de forma independiente, pero que tienen una similitud: las células cancerosas adquieren la capacidad de multiplicarse y diseminarse por todo el organismo sin control (Fuente: Asociación Española Contra el Cáncer).

De hecho, solemos banalizar con la misma acepción del propio término al referirnos a algo corrompido, tremendamente negativo y dañino. Será que hacemos del lenguaje algo cruel.

Aun así y por lamentable que parezca, es una buena ocasión para plantearse registrar el documento de voluntades anticipadas o testamento vital que, aunque vaticine una más que probable tragedia, servirá para respetar los últimos deseos del paciente.

La condición humana, aquella que pone a prueba nuestra capacidad mental y física entra en un estado de shock, cuando ni nosotros mismos somos conscientes de cómo asimilar un diagnóstico de este tipo.

La radiografía del cáncer en España es la siguiente, donde el cáncer es una de las principales causas de morbilidad, con 215.534 casos estimados para el año 2012, 228.482 casos estimados para el año 2017 y una previsión de 315.413 casos para el año 2035.


Fuente: Informe sobre el cáncer de la Sociedad Española de Oncología Médica 2018

Una evidencia de que las previsiones de una tendencia al alza siguen en aumento podemos encontrarla en los datos que tiene publicados el Instituto Nacional de Estadística, en los que señala que el cáncer fue en 2017 la segunda causa de defunción en España.

El estilo de vida, los hábitos poco saludables, la antítesis de la conocida como dieta mediterránea… múltiples factores para un mismo resultado: cáncer.

La agonía, el tránsito mientras no vencemos a la enfermedad, el apoyo del entorno familiar; todo es poco cuando nos enfrentamos a una catarsis por obligación tan tremenda y que en la mayoría de los casos tiene un desenlace fatídico y traumático.

Porque lo cierto es que el cáncer va mucho más allá de propio afectado, salpica a la familia, a los referentes asistenciales y a todo el equipo multidisciplinar que da cobertura a los directamente implicados.

Es por ello que se hace más que evidente la necesidad de seguir en la línea de buscar fórmulas que permitan financiar la investigación para que su práctica clínica sea una realidad en lugar de seguir con quimeras inalcanzables que no llevan a ninguna parte.

Tanto es así que los planes de prevención o la detección precoz deban resultar vitales cuando el tiempo se convierte en un factor clave que siempre juega en contra, a la par que vayan encaminados hacia el hecho de paliar los síntomas y variar las previsiones de morbilidad y mortalidad, por mínima que sea su manera de incidir. Hay que seguir trabajando en pro del beneficio del paciente y de su entorno.

Son esos profesionales quienes deben tener la suficiente capacidad de empatía como para que los centros sanitarios se conviertan en refugios donde el paciente sienta que está en las mejores manos.

Pero curiosamente, muchas veces los profesionales pecamos de que son los implicados justamente los que menos tienen que decir por su condición de pacientes. Así que, sumado a la patología que les afecta se produce un fenómeno de censura con el que tienen que convivir aunque no quieran y sin entender muy bien a qué es debido (el que lo lleva a cabo ni tan sólo sabe explicárselo a sí mismo).

La duda, las inquietudes, la frustración, el desasosiego, el cansancio emocional, la pérdida de esperanza… no sirven de nada si el paciente no encuentra vías por las que poder expresarse y compensar, de alguna manera, todo lo que se está sintiendo.

Ante un panorama tan desolador como es el cáncer, en la era de la información y de las redes sociales, en un mundo hiperconectado, también existen casos reveladores.

No en vano en 2016 un joven malagueño llamado Pablo Ráez revolucionó las donaciones de médula ósea en su ciudad un 1300%, exponiendo su leucemia (que en cierto sentido puede considerarse un cáncer de sangre) a través de redes sociales y webs de recogida de firmas como Change.org.

El contrapunto fue todo un fenómeno social sin precedentes, donde el factor psicológico que logró desbordó todo lo conocido hasta la fecha. Esa necesidad de poder contar la enfermedad en primera persona es lo que hizo que Ráez conectara con el gran público, con afectados que vivían situaciones similares y con aquellos que pensaban que el cáncer es algo que no les va a pasar. No es más que la condición social del ser humano, la de conectar con semejantes.

La resiliencia se convierte en un imperativo, donde todo lo que se pueda hacer siempre parece poco y más teniendo en cuenta que a veces las ganas de vivir brillan por su ausencia.

Para que un paciente sea experto tiene que estar formado e informado. El cáncer curte, otra cosa es el después.

Hay que seguir trabajando en dar a esta patología una mayor visibilidad, en hacer que todos conozcan el impacto que provoca y que son muy pocos los que logran vencerla.

Así con todo, parece más que evidente la necesidad de seguir trabajando sin excusas por el bien común de nuestra sociedad, equilibrando la balanza según las necesidades y midiendo con conocimiento de causa las acciones requeridas.


Ricardo Cañabate
@richardcanabate

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